
Hay un mal de época que viene instalándose en la música mainstream en general, y en la música de este país “sin industria” en particular: es la era de no decir nada. Cualquier persona que nunca tocó en vivo en su vida puede grabar música, hacer un videoclip, y emprender una “carrera” sin ningún tipo de interacción con el mundo fuera del estudio, o siquiera, con otrxs músicxs. Así aparecen figuras nuevas, con una gran pose y mucho dinero para la estética, que escupen canciones como flemas, donde todo suena a fórmula y donde nadie dice nada.
Por el hambre del consumo surgen personajes como Agustina Giovio, que gana un Graffiti -uno de los escasos premios de la música uruguaya- con un tema cuyo estribillo empieza así: “Me gusta estar con vos como si no importara ná y decírtelo / que me sale más fácil cuando tomo alcohol”, y luego continúa con una frase por la misma línea solo que con todos los acentos corridos.
Ojo, con esto no quiero decir que no exista música donde la letra esté en segundo plano, de hecho es una de las maravillas de la música: que puede existir sin letra y hacer gozar igual. Pero el tema es que la mayoría de las canciones que hoy tienen escuchas -sea por contactos o por los 4 sellos que sobreviven en este país- repiten sin parar fórmulas lingüísticas y de producción musical, que generan una especie de desaparición de las raíces: esa canción podría ser uruguaya o colombiana o española, da igual, no hay rastros del territorio, ni lingüísticos, ni estéticos, ni musicales.
La otra cosa que me impacta y me preocupa de esto es el tipo de oyente que genera. Ya entendimos que nadie quiere pensar, que las realidades son cada vez más precarias y las redes sociales nos apartan en burbujas para huir de quien es diferente. Y más allá de que históricamente en Uruguay, algunos géneros musicales como el rock o el canto popular eran los que cargaban con la responsabilidad de hablar sobre cuestiones sociales -de criticar al mundo con el espíritu de transformarlo o directamente destruirlo-, los demás géneros habitaban formas del lenguaje más poéticas y auténticas. Exponían temas de la humanidad como el amor, la muerte, la mentira, de una manera muy profunda. Esto no es sinónimo de erudición o elitismo, pero pensemos que venimos de Samantha Navarro, El Príncipe Pena, Fernando Cabrera, Eduardo Mateo, Mariana Ingold, la Sonora Borinquen. Nuestros cimientos están cargados de sentido, lo que producía, en su momento, oyentes a la altura de comprenderlo. Está claro que algunxs de estxs exponentes no tenían -incluso algunas de las que mencioné, sobre todo mujeres, no tienen hasta el día de hoy- el reconocimiento que merecían. Aún así, quienes se sentían atravesadxs por esa música se veían al mismo tiempo interpeladxs. Ya sea por las formas del lenguaje, ya sea por los arreglos, ya sea por la instrumentación, la letra o la composición. Todos estos factores hacen única a la canción y provocan preguntas y reacciones diversas, porque se abren varias líneas de interpretación posibles, porque el lenguaje no está acabado. No digo que las nuevas músicas hechas en fábrica “para pegarla” no provoquen reacciones, porque eso sería negar que por algo tienen oyentes, y que evidentemente mueven algo en quienes escuchan. Pero la cuestión es: ¿qué tipo de efectos provoca esta música en la gente? Podemos ver en los conciertos niñas con carteles, la ebullición de un fanatismo extraño, apegado principalmente a la imagen: alabamos la ropa, el maquillaje, “la performance”, el estilo de vida que muestra la persona en sus redes sociales. Compramos el video por la calidad que deviene del gran presupuesto para su producción y olvidamos que el video venía con una música. Así se arman personajes-productos que aunque ostenten lo aesthetic de su propuesta, no tienen ninguna coherencia estética en relación con su música, solamente reproducen modelos del exterior, más precisamente, modelos yanquis o europeos. Estas son las propuestas que acceden a la prensa y a la difusión y que por ende, obtienen visibilidad representando a la música de la juventud. Pero nosotrxs también somos jóvenes y hemos ido a buscar a la canción a los antros más oscuros, donde encontramos a algunxs de lxs artistas con más personalidad de la escena local tocando a cambio de pizza y chela.
Para decir algo, primero, tenés que procesar algo, estar en la vida, en sus conflictos cotidianos, en las profundidades de la creación. Ser artista es una búsqueda permanente, que empieza adentro y desemboca afuera. Entonces me pregunto: ¿cuál es la búsqueda de estos personajes que, sea a modo de popstars empoderadas -más en el caso de las mujeres- o a modo de traperos cools que viven fumando porro y nunca encontraron el clítoris -más en el caso de los varones-, están copando la escena musical? Finalmente, pareciera que lo más importante no es escuchar, sino consumir, una música que hable del estilo de vida que llevan lxs “artistas”, de las cosas que quieren comprarse, de las minas o tipos que van a cogerse, del desbunde de la noche.
Por mi parte, he visto amigxs, compositorxs increíbles, quedar al borde de la calle porque nadie los escucha, porque para arrimar a 15 personas a un toque en este país tenés que hacer malabares, porque no tienen dinero para hacer rodar su música. Y también porque nosotrxs, lxs oyentes, no exigimos nada y nos conformamos con canciones digeridas, y porque en algún punto nos da miedo enfrentarnos a la complejidad del verdadero lenguaje artístico. Pero esa es otra historia.
Febrero del 2025
Cuchicheo
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nada
El arte de no decir nada.
Por La Gata Bajo la Lluvia
Febero del 2025
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Cuchicheos

Hay un mal de época que viene instalándose en la música mainstream en general, y en la música de este país “sin industria” en particular: es la era de no decir nada. Cualquier persona que nunca tocó en vivo en su vida puede grabar música, hacer un videoclip, y emprender una “carrera” sin ningún tipo de interacción con el mundo fuera del estudio, o siquiera, con otrxs músicxs. Así aparecen figuras nuevas, con una gran pose y mucho dinero para la estética, que escupen canciones como flemas, donde todo suena a fórmula y donde nadie dice nada.
Por el hambre del consumo surgen personajes como Agustina Giovio, que gana un Graffiti -uno de los escasos premios de la música uruguaya- con un tema cuyo estribillo empieza así: “Me gusta estar con vos como si no importara ná y decírtelo / que me sale más fácil cuando tomo alcohol”, y luego continúa con una frase por la misma línea solo que con todos los acentos corridos.
Ojo, con esto no quiero decir que no exista música donde la letra esté en segundo plano, de hecho es una de las maravillas de la música: que puede existir sin letra y hacer gozar igual. Pero el tema es que la mayoría de las canciones que hoy tienen escuchas -sea por contactos o por los 4 sellos que sobreviven en este país- repiten sin parar fórmulas lingüísticas y de producción musical, que generan una especie de desaparición de las raíces: esa canción podría ser uruguaya o colombiana o española, da igual, no hay rastros del territorio, ni lingüísticos, ni estéticos, ni musicales.
La otra cosa que me impacta y me preocupa de esto es el tipo de oyente que genera. Ya entendimos que nadie quiere pensar, que las realidades son cada vez más precarias y las redes sociales nos apartan en burbujas para huir de quien es diferente. Y más allá de que históricamente en Uruguay, algunos géneros musicales como el rock o el canto popular eran los que cargaban con la responsabilidad de hablar sobre cuestiones sociales -de criticar al mundo con el espíritu de transformarlo o directamente destruirlo-, los demás géneros habitaban formas del lenguaje más poéticas y auténticas. Exponían temas de la humanidad como el amor, la muerte, la mentira, de una manera muy profunda. Esto no es sinónimo de erudición o elitismo, pero pensemos que venimos de Samantha Navarro, El Príncipe Pena, Fernando Cabrera, Eduardo Mateo, Mariana Ingold, la Sonora Borinquen. Nuestros cimientos están cargados de sentido, lo que producía, en su momento, oyentes a la altura de comprenderlo. Está claro que algunxs de estxs exponentes no tenían -incluso algunas de las que mencioné, sobre todo mujeres, no tienen hasta el día de hoy- el reconocimiento que merecían. Aún así, quienes se sentían atravesadxs por esa música se veían al mismo tiempo interpeladxs. Ya sea por las formas del lenguaje, ya sea por los arreglos, ya sea por la instrumentación, la letra o la composición. Todos estos factores hacen única a la canción y provocan preguntas y reacciones diversas, porque se abren varias líneas de interpretación posibles, porque el lenguaje no está acabado. No digo que las nuevas músicas hechas en fábrica “para pegarla” no provoquen reacciones, porque eso sería negar que por algo tienen oyentes, y que evidentemente mueven algo en quienes escuchan. Pero la cuestión es: ¿qué tipo de efectos provoca esta música en la gente? Podemos ver en los conciertos niñas con carteles, la ebullición de un fanatismo extraño, apegado principalmente a la imagen: alabamos la ropa, el maquillaje, “la performance”, el estilo de vida que muestra la persona en sus redes sociales. Compramos el video por la calidad que deviene del gran presupuesto para su producción y olvidamos que el video venía con una música. Así se arman personajes-productos que aunque ostenten lo aesthetic de su propuesta, no tienen ninguna coherencia estética en relación con su música, solamente reproducen modelos del exterior, más precisamente, modelos yanquis o europeos. Estas son las propuestas que acceden a la prensa y a la difusión y que por ende, obtienen visibilidad representando a la música de la juventud. Pero nosotrxs también somos jóvenes y hemos ido a buscar a la canción a los antros más oscuros, donde encontramos a algunxs de lxs artistas con más personalidad de la escena local tocando a cambio de pizza y chela.
Para decir algo, primero, tenés que procesar algo, estar en la vida, en sus conflictos cotidianos, en las profundidades de la creación. Ser artista es una búsqueda permanente, que empieza adentro y desemboca afuera. Entonces me pregunto: ¿cuál es la búsqueda de estos personajes que, sea a modo de popstars empoderadas -más en el caso de las mujeres- o a modo de traperos cools que viven fumando porro y nunca encontraron el clítoris -más en el caso de los varones-, están copando la escena musical? Finalmente, pareciera que lo más importante no es escuchar, sino consumir, una música que hable del estilo de vida que llevan lxs “artistas”, de las cosas que quieren comprarse, de las minas o tipos que van a cogerse, del desbunde de la noche.
Por mi parte, he visto amigxs, compositorxs increíbles, quedar al borde de la calle porque nadie los escucha, porque para arrimar a 15 personas a un toque en este país tenés que hacer malabares, porque no tienen dinero para hacer rodar su música. Y también porque nosotrxs, lxs oyentes, no exigimos nada y nos conformamos con canciones digeridas, y porque en algún punto nos da miedo enfrentarnos a la complejidad del verdadero lenguaje artístico. Pero esa es otra historia.

Por La Gata Bajo la Lluvia